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Dora Ochoa de Masramón, puntana y maestra rural, autora de esta obra entrañable, funde la naturaleza del Valle de Concarán con la sabiduría popular de sus habitantes. Masramón, que nació en 1912 y falleció en 1991, guía con su pluma al lector a través del folklore, las tradiciones, costumbres, supersticiones, coplas, danzas, la cultura y la identidad del lugar que describe con maestría. También la fauna y la flora son pintadas  con una pormenorizada descripción de sus especies y usos populares. Movida por su amor a los pájaros, la autora dedica una sección de la obra al estudio de las aves autóctonas, por quienes sentía especial inclinación, así como también por el mundo del paisano, con sus supersticiones, religiosidad, el culto del velorio del angelito, los juegos de barajas y demás expresiones locales. Todo ello, basado en sus propias vivencias y en las de los lugareños, por quienes guardó siempre una especial gratitud. Al cabo, fueron ellos quienes la instruyeron en la “sabiduría popular”, los ritos, ceremonias, leyendas e incluso juegos y canciones, prácticamente todo el campo de la cultura regional. Esa noble sabiduría, sumada a las observaciones de su cosecha, hacen de esta obra una magnífica recopilación de la naturaleza y costumbres del valle de Concarán. Y nos invita a descubrir sus secretos.

Segunda parte

En este capítulo, la autora dedica su pluma a la flora y fauna del Valle, describiéndolas a través de sus características leyendas, coplas y dichos populares, a saber:

  • A la hora de la siesta, el moscardón taladra los palos, la chicharra “chirría”, los grillos se escuchan en “eco”, mientras que las culebras “cubrecama” y las víboras “cabeza de candado” duermen en los pajonales y cambian de piel. De alli que sea tan conocido el dicho popular que reza “anda como víbora que ha perdido la pelecha”. Así como también se dice, sobre ciertas conductas “oigalén las víboras moras. ¿no eran tan bravas? ¿por qué no pican ahora?”.
  • Acercarse a un sapo resulta peligroso, ya que si hace saltar leche de su lomo, produce pestes al mojar las manos. Copla popular: “¡Aijuna, aijuna! Dijo el sapo en la laguna. Tanta niña bonita, ¡no poder besar ninguna!”.
  • El escarabajo, atatanga o acatanca, cumple su maldición viviendo en la suciedad. Así, lleva su condena empujando una bola de estiércol por haber sido en vida una hermosa pero vanidosa niña, que despreció a cuanto pretendiente se le acercaba. Finalmente, acabó casada con el menos indicado. A ello se debe el dicho popular “hizo lo de la atatanga”.
  • El quirquincho, corta en tres pedazos a las serpientes cuando se hace una bola con el serrucho de su caparazón.
  • El zorrino despide un olor nauseabundo, pero la medicina popular utiliza su hígado: “una vez seco, se ralla y se agrega a una infusión de quimpi, para tratar las afecciones hepáticas y renales.”
  • En cuanto a otros animales, suma a su texto al puma en los breñales, acosado por los perros, y también a la iguana, cuya grasa se utiliza para frotarse la cintura ante casos de reuma.

Entre las observaciones que aporta la autora, es interesante el caso de las estaciones del año, los días y las horas, que se aprecian en la evolución de la fauna y flora del Valle. A la primavera, por ejemplo, la anuncia el algarrobo con su copa amarilla, donde zumban abejas y moscardones. Sus vainas se recogen en bolsas, se secan luego en la ramada, y así se obtiene la materia prima para hacer añapa y patay. La vaina de jugo dulce se usa como golosina.

  • El chañar aporta sus flores para medicina natural, el arrope para engordar a los animales o como alimento de las cabras, y para curar el ombligo de los niños antes de salir el sol.
  • El poleo, llamado la planta del amor y el deseo, con su aroma característico, motiva el dicho popular “niña flor de poleyo, cuando la veyo, me saboreyo”.
  • La higuera, por su parte, ostenta una leyenda según la cual Dios la condenó a dar la breva y el higo sin florecer, ya que una víbora que se encontraba en una de ellas, voló (en ese momento tenían alas) hacia el burro en el que viajaban la Virgen y el Niño, que cayeron asustados. Desde entonces, las víboras fueron condenadas a arrastrarse.

Dora Ochoa de Masramón realiza asimismo un breve recorrido por algunas especies de la flora propia del Valle de Concarán, que se destacan por sus diversos usos medicinales, alimenticios y rituales:

  • Tala (Celtis spinosa Spreng): las curanderas utilizan siete pimpollos de tala para “el pecho cerrado”.
  • Peje (Jodina rhombifolia Hook. et Arn.): la cruz de espinas de sus hojas detiene rayos y centellas.
  • Usillo (Aloysia lycioidesh Cham.): Por su perfume se lo llama azahar del campo.
  • Brea (Cesalpinea precox R.y P.): Sus flores son amarillas, en el verano se dice que “llora” por la resina que exuda, utilizable industrialmente.
  • Espinillo (Acacia caven Mol.): También llamado aromo, florece en primavera. Su color es amarillo, muy brillante, y tiene un fruto que produce “sonidos mágicos”.
  • Ruda (Ruta chalepensis L.): en sus dos especies, hembra y macho. Ahuyentan las brujas, quienes no la pueden tomar ni sentarse en una silla que tenga un solo gajo de esta planta.
  • Matagusanos (Atamisquea emarginata Miers.): la infusión de sus hojas mata las larvas de animales embichados.
  • Calden (Prosopis algarrobilla Gris.): se utiliza para elaborar palenques de corral.

Claudia Ortiz

Dora Ochoa de Masramón

Dora Ochoa de Masramón

Categorías: Cultura, General, San Luis Libro

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