Camino San Luis

Un portal dedicado a la provincia de San Luis

El autor de Campo Guacho es Polo Godoy Rojo, nacido en San Luis en 1914, en Santa Rosa de Conlara.

El narrador, poeta y docente rural es un gran observador de la pobreza, la orfandad, el abandono de la tierra, la corrupción del poder, la degradación, las esperanzas y las miserias… aunque también logró plasmar la alegría en esta obra. Su alma sensible fue impresionada por el sufrimiento de los niños y los hombres y las mujeres de campo condicionados por el entorno físico y social en su San Luis natal.

Es la voz de aquellos que han sido desheredados en aras de un falso progreso que convertirá al terruño en la nada misma y que sin embargo nunca abandonarían su lucha por sobrevivir y su resistencia al opresivo sistema que los asfixia.

Florián Lucero es un joven campesino que vive en un campo de la provincia de San Luis.

A temprana edad, Florián pierde a su padre y su madre, doña Jesús, queda al mando de su familia, ante un panorama económico funesto. Así se inicia para el protagonista un camino de carencias y mezquindades que lo acompañarán por el resto de su vida. Sin embargo, doña Jesús será la encargada de transmitir con gran sensibilidad el legado moral, cultural y criollo, el amor al terruño y la dignidad.

Tercera parte:

Su madre lo envió a casa de Pascual, que debía ausentarse para cuidar a su esposa Paula, a punto de dar a luz. Allí fue que Florián se deslumbró con Margarita, la de los ojos oblicuos. Quería estar con ella como fuera, casi pudo concretar su sueño esa misma noche, pero se desató un viento que llenó de tierra el rancho, los truenos se hicieron sentir, y las piedras y chorros de agua se filtraron por el techo. Florián sostenía la tranca de la puerta para que el rancho no se volara, las paredes vibraban y Paula rezaba. Súbitamente, Paula comenzó a sentir enloquecedores dolores de parto, y resolvió enviar a un Florián contrariado, en busca de doña Edelmira, bajo la lluvia y los relámpagos amenazadores. En el camino se encontró con una noche negra, espesa, y un río inquietante. ¡Si hasta la yegua rodó con jinete y todo sobre la arena del río! Una vez repuesto Florián, volvió a montar para ir al encuentro de Edelmira, pero al llegar a destino nunca la encontró. De vuelta en casa de doña Paula, la halló bramando de dolor mientras Margarita sostenía la tranca de la puerta. Florián le ordenó colocarle trapos en la boca, algo que había aprendido de doña Eulalia. Así lo hizo, y al punto que casi asfixiaba a la embarazada, Margarita y Florián se unían en un beso. A la llegada de doña Deidamia junto a Rosita, que socorrieron a Paula, Florián se arrimó a Rosita para cubrirla de besos.

Tiempo después, Florián fue enviado al sur por su madre, a un inmenso campo lleno de gente rica. Doña Jesús sufría por el comportamiento falto de juicio de su hijo y por la pobreza cada día mayor. Así y todo, Florián se escapaba todos los sábados para ver a María, por quien sentía un amor puro.

Ya en el sur con sus amigos Sapito y Teodo, quien fue el primero en encontrar trabajo, Florián entró junto con Sapito como lava-platos en la fonda de un co-provinciano. De hambre no morirían, pero el frío de la noche y la falta de dinero para comer se hacían sentir. Todo ello llevó a Sapito a proponerle a Florián robar los billetes del patrón. Más Florián no aceptó, porque no era ladrón.

Consiguieron tiempo después trabajar como aguateros en la chacra grande de un gringo. Cierto día el patrón mandó a Florián al pueblo con su hijo. Fueron a un hotel, donde le enseñó un revolver, el sueño de Florián, que preguntó si se lo podía robar esa noche. Negándoselo, el hijo del patrón se dispuso a dormir colocándolo bajo la almohada. Al día siguiente, al despertar, el arma no estaba en su lugar, por lo que acusó a Florián, quien dijo no tener nada que ver. Pese a ello, dos agentes lo llevaron al calabozo como un malhechor. Lo interrogaron acerca del revólver, él dijo no tener nada que ver, y entonces recibió una sucesión de golpes de parte del interrogador para que confesara, sin lograrlo. Luego lo llevaron a un sótano, donde lloró su pena, odió la vida y se perdió en oscuros y sombríos pensamientos que lo llevaban a su madre, a María y a Sapito. Sus amigos no lo buscarían, pues no sabían nada de él. Nuevamente se lo sometió a un interrogatorio, sin lograr confesión alguna. De nuevo en el sótano, sobre una mesa, contempló los elementos que “lo ayudarían a confesar”: un garrote, tres gomas, una cadena y un revólver. La pared estaba manchada con sangre. Allí, el comisario le propinó una nueva golpiza con la goma. Soportó los golpes hasta que el policía fue interrumpido por un mensaje. Alguien buscaba a Florián; era su amigo Pantas, que lo llevaba a trabajar a la fonda. Se enteró que estaba preso. Y también supo quién había tomado realmente el revólver. Así llegó resuelto a la comisaría en el momento justo, logrando que liberaran a Florián, no sin dificultad. Al salir, Florián sintió que volvía a nacer. Pero también había aprendido una lección; que el mundo tenía cosas bellas y otras sucias, y en adelante las distinguiría bien. Nuevamente en la chacra con Pantas, ya no sufría por nada, era feliz con sólo mirar al cielo cada día. Entendió que el sur ya no formaba parte de sus sueños, que allí conoció la traición, las mezquindades y la miserable situación del peón que gana unos pocos pesos por llenar las arcas de los avaros patrones. Volvió a pensar en ofrecerse para trabajar con sólo diecisiete años.

A su regreso pensó en ver a María, su novia, su amor, aunque su madre le advirtiera que no era para él. A Florián le gustaban demasiado las diversiones, era pobre y no podría darle demasiados gustos. Además, era demasiado joven. Dejate d’esa pasión… dejate, le decía la anciana. Pero él jamás la escuchó. Pensaba que María era buena y lo quería. Sin embargo, ocurrió que una tarde vio a María envuelta en un bello vestido, conversando en el patio de su casa muy animadamente con un desconocido, entre sones de guitarra. Y no pudo soportarlo, se negó a escuchar más tiempo su risa burlona, que llegaba desde adentro del rancho. Resolvió no verla más, aprendió que los hombres se ponían trampas como los zorros, y ahora conocía un dolor diferente, el que provoca la mujer que elige a otro. Quedó lleno de rabia, y a los dos días recibió una carta de María preguntando por qué dejó de visitarla.

Su madre se dio cuenta de que algo le pasaba, y le comentó algunos problemas que tenía urgencia en resolver, pero Florián no podía escucharla, sólo pensaba en María. Al rato vieron llegar a don Crucito, que traía una carta de María. En la misiva le escribió a Florián que lo esperaba esa misma noche para conversar. Entonces pudo explicarle que el hombre de la otra noche era un amigo de su padre y que debía obligadamente hablar con él. Florián volvió a creer en ella, o al menos quiso creerle. Quedaron en casarse cuanto antes. Ni bien juntara unos pesos la haría suya para siempre. De regreso en casa, la madre de Florián le aplicó como castigo rezar unas oraciones, y él asintió de mala gana. No sabía cómo, pero su madre ya estaba enterada del compromiso con María. Le advirtió que su vida sería desgraciada, que no tuviera esperanzas con ella, que no tenían dinero… Pero a él no le importó. Al día siguiente fue enviado nuevamente a lo de su cuñado Juan, esta vez para intentar que olvidara a María.

Claudia Ortiz

Categorías: Cultura, General, San Luis Libro

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